viernes, 28 de mayo de 2010

Una mirada crítica: un voto seguro

Por: Diana Navarro
El 30 de mayo los colombianos tendremos una responsabilidad social muy importante; es el momento de decidir a conciencia qué clase de gobierno deseamos que nos represente y administre nuestro país.
En mi opinión, es arbitrario decir que no hay un candidato capacitado y preparado para asumir la responsabilidad de ejercer como primer mandatario de este país, agobiado por la desigualdad e indiferencia de las verdaderas problemáticas con las que fácilmente nos encontramos a diario.
Todo ciudadano debería tomar una posición crítica y partidaria, propias de cualquiera que sea su ideología frente a las próximas elecciones, lo único cierto es que así como existen candidatos consientes de lo que realmente necesitamos los colombianos, hay quienes persiguen beneficios propios y no colectivos como debería ser.
La verdad es que me siento indignada, que candidatos como la señora Noemí Sanín estén dentro de la lista que estará el próximo domingo en todas las mesas de votación. Me parece descabellado que esta candidata afirme ser la representación de la mujer colombiana, cuando en nuestro país existen muchas mujeres, que sin decir sus nombres, puedo asegurar tienen un nivel de intelecto y humanidad más elevado. Así que personalmente le pediría que dejara de escudarse en recursos falsos y fuera de contexto.
Por otra parte, es prudente cuestionarse qué grado de importancia tiene para un país, el llevar una sana y respetuosa relación con respecto a los otros países. Me pregunto ¿qué respondería el candidato Juan Manuel Santos? Tal vez lo mismo que si le nombráramos los famosos falsos positivos.
Lo triste es que los colombianos muchas veces no tenemos memoria y nos inclinamos por ciertos personajes, de los cuales no conocemos ni siquiera sus propuestas. Mi objetivo entonces, es invitar a los colombianos a ver con una mirada crítica la realidad que no es ajena para nadie y después si tomar la importante decisión de ejercer el voto.

Andando por los pasillos de la muerte

Cementerios y funerarias realidad y necesidad.
Por: Diana Navarro
“Cuando uno es niño sueña con ser astronauta, médico, futbolista, profesor…Dan escalofríos si se habla de la muerte, pero jamás un niño juega a ser operario de cementerio, a convivir y hacerse amigo los cadáveres y de la muerte”, decía Rubén Torres, mientras tallaba en una lapida el nombre de un personaje que había abandonado el mundo de los vivos casi un mes atrás.
No es que don Rubén demerite su trabajo, al contrario, según él: enterrar y desenterrar personas es lo que me ha permitido que mis dos hijos puedan llevar una vida estable en términos económicos”. El cementerio ha sido su segundo hogar desde hace más de doce años. Allí pasa sus días acompañado de las lágrimas ajenas y el dolor, que en ocasiones, dice él, se contagia. Sus labores son las mismas diariamente: recoger las flores secas, prestar escaleras para que las personas puedan llevarle color con bellas flores a sus seres queridos, que se encuentran en lo alto del cementerio. Ayudar a cargar los cajones que cubren los muertos, y por supuesto, desenterrar cadáveres, cuyos nombres olvida al instante.
Rubén Torres convive diariamente con los muertos, sin embargo, no le teme al cementerio, pues según él, el estigma y los imaginarios que se tienen de este lugar, son el resultado de un miedo, que sin razón, habita nuestros días pues todos llegaremos a ese lugar. “Más bien sí le temo a las funerarias, creo que allá los muertos reposan sus primeras horas y dicen que en este lapso las almas aún recorren los pasillos”.
Esta afirmación de Rubén, la comparte un personaje que quizá es el más indicado para decirlo: Víctor Arias, un hombre de 49 años que ha pasado los últimos ocho en la funeraria Los Olivos, trabajando como operario fúnebre. “No es una labor fácil llegar a la casa, cerrar los ojos y recordar las lágrimas llenas de dolor de quienes uno no conoce, pero que logran contagiar sus tristezas. Es vivir todo un día rodeado de colores oscuros y si uno esta decaído, ver todo esto no ayuda demasiado”.
Víctor no recuerda ninguna clase de espanto, sin embargo, dice sentir temor muchas veces y al igual que Rubén, piensa que esas primeras horas en que alguien muere son cruciales, sobretodo porque el cuerpo sin vida aún esta afuera y en un lugar desconocido para el difunto.
Ser operario de cementerio o funeraria no es un trabajo muy cotidiano, no obstante, estos dos hombres lo consideran una labor como cualquier otra, en la se ganan la vida haciendo algo que no resulta divertido, pero que al fin y al cabo les brinda un trabajo estable y más en este país, en el que abunda el desempleo.

El arca de Noé sobre ruedas

Por: Diana Navarro
Desde siempre y en cualquiera que sea la cultura o contexto, el vocabulario ha sido modificado. Las jergas son diariamente utilizadas por muchas personas, así desde que uno abre los ojos en la mañana, empieza a encontrarse con palabras que si bien muchas veces no son apropiadas y agreden el lenguaje, son de nuestro vocablo usual y negarlo no tendría sentido.
Para demostrar la magnitud y alto grado de usabilidad de las palabras que culturalmente han ido surgiendo a lo largo de la historia y que sin poseer ningún significado son comprendidas por un gran porcentaje de personas, Podría poner una circunstancia muy particular y cotidiana: un viaje en Transmilenio hacia cualquiera que sea el destino.
Aun el cielo no está del todo despejado, la gente va de un lado para otro con rostros al parecer angustiosos, el reloj se hace entonces el peor enemigo, sin embargo el mejor aliado para incrementar el estrés. -Ush señor no sea vaca, respete- dice una señora en tono fuerte, -entonces usted no sea tan tortuga y súbase rápido- responde la vaca a la tortuga.
Entre empujones y malos olores, la puerta se cierra y nuestras mejillas parecen adorar el vidrio, nunca falta la persona que alega y alega todo el camino: –¡esto no es transmilenio si no una lata de sardinas!- al tiempo un joven le dice: -cuidado mi pez córrase un poquito deje de azarar tanto- el señor que nos comparo con sardinas, no se aguanta ni un cólico y empieza el carnaval de groserías; el joven que aparentemente no quiere buscar líos se aleja un poco, a pesar del reducido espacio- vengase no sea gallina ¿se le hizo así? dice el señor panzón y hace un ligero movimiento con una de sus manos. A lo lejos suena un grito: ¡cállense parecen loros mojados! A lo que el señor responde: -¡usted no sean tan sapo!- Mejor dicho el arca de Noé nos quedo en pañales…

Recuerdos sin cenizas

Por: Diana Navarro

Al mirar fijamente sus ojos, descubrió un paraíso que contenía misteriosos laberintos en los cuales se sumergió ciegamente sin tener conciencia de los peligros que esto representaba. Sus emociones se aceleraban y recorrían cada parte de su cuerpo; entonces perdió la cabeza y dejo que la curiosidad por descubrir tan sublime belleza, lo agobiará por completo.
Sus miradas se encontraron al tiempo que sus cuerpos se desearon, entonces de repente Gabriel rompió el silencio con su voz profunda llena de sentimiento, aquel trovador ansioso por probar aquellos labios color fresa, lanzó sin ataduras un fino coqueteo a través de sus melodiosas y armónicas coplas acompañadas del dulce sonido de un Arpa.
El cuerpo de Lorenza se estremecía lentamente, aquel joven había logrado inquietar a esta hermosa mujer que empezaba a descubrir los placeres del amor en la noche de sus quince años que transcurría con bailes y agasajos preparados por su padre: Don Rubén Triana, un hombre respetado de la alta sociedad, acostumbrado a vivir en el mundo de las apariencias en un circulo donde poco importaban los sentimientos.
Aquella noche fue cómplice de lo prohibido, Gabriel y Lorenza habían destapado sus almas y permitieron que la luna fuera testigo del lujurioso encuentro de sus cuerpos. Entre sudor y suaves susurros Lorenza culmino la noche en que literalmente paso de niña a mujer.
Rápidamente pasaron las hojas del calendario, los dos jóvenes enamorados escondieron su amor por un largo tiempo. Sin embargo una rosa comenzaba a crecer en el vientre de Lorenza y fue imposible guardar silencio. Don Rubén invadido por la furia que despertaba este acontecimiento, se dejo derrotar por el hecho de que la menor de sus hijas, le ganara la batalla al tiempo y que fuera a ser vista con malos ojos ante la realeza llanera.
Su decisión fue cortar de raíz, aquella rosa que nunca conoció el agua ni el viento y que se llevo consigo las esperanzas, los sueños y la vida de Lorenza, pues su luz se apago para siempre.
Ahora Gabriel solo posee el aroma que dejo Lorenza en su rostro, las palabras cargadas de amor y los recuerdos que lo alimentan diariamente en la soledad absoluta de la prisión en que seguramente vivirá injustamente sus últimos días, mientras su acusador y culpable de la muerte de su hija y nieta se encuentra en libertad, pero con la conciencia negra y el corazón destrozado.
Esta historia no es mía, mucho menos del hombre que con tanta propiedad la narraba desde la cárcel; esta historia la relató aquel cantante que con sus coplas enamoro a la mujer que despertó en una noche sus pasiones más remotas: “Lorenza”